sábado, 19 de marzo de 2011

Náufrago en la niebla.

Me despierto aturdido, agarrado a un tablón náufrago. Levanto la mirada, ¿y qué veo? Solo océano. Azul y frío. Oscuro y húmedo. Con la calma que precede a la muerte.
Soy un soldado del victorioso ejército de Ulises. Soy un guerrero que ha salido indemne de mil batallas, un luchador que salió del vientre del caballo de madera y sembró tornados de fuego y muerte en la ciudad de Troya.
Mis brazos atravesaron muros y rompieron lanzas, mis armas sesgaron las vidas de mis enemigos, pero cuando mi corazón tuvo que lidiar con los cantos de sirena, sucumbió, ciego y loco, a los susurros malvados de sirenas sin alma. Busqué su abrazo femenino, y recibí el roce pétreo de la muerte.
Floto en las frías aguas, pienso en todas las batallas en las que vencí, y en la amargura de esta única derrota. Jamás el hombre imaginó que la flaqueza de su corazón fuera tal que le llevase a la caída. Es sucumbir a la lujuria de Eva, morder la manzana del árbol prohibido, no por ser el árbol de la Ciencia, sino por ser el árbol prohibido, el árbol del deseo. El pecado es tan solo lo que no reconocemos ansiar.
Naufragios del deseo, perdido en la niebla entre devaneos de sexo y lujuria. Los vapores de lo imposible me inundan con visiones de muslos.
La muerte es el último clímax para el misérrimo esclavo de su propio corazón.

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