sábado, 19 de marzo de 2011

(39ª Entrada http://blogkaconhielo.blogspot.com/) Ensayo sobre la solidaridad. (Parte 1: Bondad Humana)

El ser humano es el animal capaz de las mayores bondades, como también lo es de las mayores maldades.

El ser humano es el más indefenso de los animales, el peor dotado para la supervivencia, y sobrevive únicamente por su inteligencia y porque siempre ha sentido la unidad de su especie como la mayor de sus fuerzas, ¿podría un ancestro nuestro matar un mamut, un tigre o cualquier otra fiera si no fuera por los inquebrantables lazos de cooperación que tiene con sus congéneres? No, no podría. La colaboración entre miembros de la misma especie es la base de la supervivencia humana.

Pensad, por un segundo, qué objeto de los que os rodean hubiera sido posible sin la colaboración entre las personas, qué objeto de los que os rodean podría haber sido hecho solo por un hombre y solo para su propio beneficio.

Solo se me ocurre uno: el arte. Porque es el único producto bello que surge de la singularidad de cada ser humano. Cualquier otra cosa, descubrimiento o logro que parezca individual, es debido a todas las personas que nos han precedido en la gran familia de la humanidad en el transcurso de la historia.

Hay una frase atribuida a Isaac Newton, pero que Wikipedia me dice que es de un tal Bernardo de Chartres, que dice así: “Somos como enanos en los hombros de gigantes. Somos capaces de ver más y más lejos que ellos, pero no es por ninguna distinción física nuestra, sino porque somos levantados por la gran altura de todos aquellos que nos precedieron”.

El ser humano se diferencia de los animales en que nace absolutamente indefenso y desvalido. La cría de un caballo, se pone en pie tras nacer y comienza a trotar. Nosotros, sin embargo, nacemos pequeños, blanditos, llorones, sin fuerza, sin sentidos, ... y tardamos años en ser capaces de valernos por nosotros mismos. ¿Cómo puede un ser tan inútil, con perdón, sobrevivir en el mundo? Puede, porque dentro de los corazones de los hombres, escrito en cada uno de sus genes, está el valor de la empatía, de la supervivencia de la especie, de la solidaridad entre iguales. Este sublime sentimiento, intrínseco al ser humano, permite al ser humano convertirse en lo que es: el más bello y poderoso de todos los seres que habitan sobre la faz de la tierra. Los seres humanos tenemos la capacidad innata de preocuparnos por nuestros semejantes, de empatizar con su sufrimiento, de ofrecerles nuestra ayuda.

Tenemos, por supuesto, innumerables influencias sociales y genéticas que nos empujan al egoísmo, a mirar por la supervivencia única de nosotros mismos, y a tratar con violencia, desdén y oportunismo a los demás, y especialmente a los que son más débiles como nosotros. Somos los más bellos y poderosos de los seres, pero eso no implica que seamos buenos, si nos dejamos llevar por esos sentimientos de solidaridad, lo seremos. Pero si nos dejamos llevar por nuestros instintos más egoístas y animales, ese poder será un poder malvado. La tecnología que tenían los chinos para hacer sus fuegos artificiales la convertimos los europeos en armas letales.

Pero no siempre ocurre eso, no somos máquinas, esos límites nos atan pero no nos encadenan, no son determinantes, tenemos la capacidad de elegir, la capacidad de avanzar a pesar de las cadenas. Y es que “el que siente el peso de las cadenas es aquel que se mueve” (Rosa Luxemburgo).

Por eso, cada ser humano, haciendo uso de su capacidad de raciocinio, debe elegir qué quiere ser. Debe elegir si sus sentimientos más animales y egoístas se impondrán sobre sus sentimientos más humanos. Debe elegir si la competencia egoísta y despiadada por la propia supervivencia se impondrá sobre los lazos de solidaridad que le unen a sus hermanos de la especie humana. O si, al contrario, la fuerza de su solidaridad hacia los suyos es más fuerte que su egoísmo.

Pensemos que la vida de un ser humano es un suspiro en nuestra historia. Que tal vez uno solo de nosotros no inclina la balanza, pero que la asociación de todos y cada uno de nosotros es una fuerza imparable capaz de romper barreras con las que no podemos ni soñar.

Como cantó Labordeta: “También será posible que esa hermosa mañana ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver, pero habrá que forzarla para que pueda ser”.

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