Vamos al pueblo, me dices.
De acuerdo, digo con la cabeza.
Pero cuando recorremos
en coche el camino,
mientras leo a Orihela
Y tu conduces cantando
"Hasta siempre, Comandante".
Entonces, mi corazón quisiera
que el camino no acabara nunca,
que en el libro
nunca se acabaran las hojas,
que tu voz siguiera
siempre a mi lado, alegre.
Quisiera congelar el momento,
como las nieves
en la cumbre del Moncayo.
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