viernes, 29 de abril de 2011

Paradoja histórica. Combatir la alienación.

De cómo el comunismo salvo el capitalismo sin quererlo.

Del imperativo de acabar con el mayor obstáculo de la revolución: la alienación.


Se da la paradoja, en la historia contemporánea, de que tal vez el comunismo soviético, que tenía elementos totalitarios, salvara la democracia liberal y su capitalismo en la II Guerra Mundial.
No sólo perdió a millones y millones de hombres en un titánico esfuerzo con el que derrotó al nazismo (principal amenaza), además, el miedo a la revolución obligó a las democracias liberales a ceder en algunas reivindicaciones obreras, llegando (en España no) a un "Estado del Bienestar", donde los obreros estaban aplacados y, finalmente, alienados.
Si no hubiera existido ese periodo, tal vez los ciudadanos, ante crisis como la de este capitalismo financiero, salvaje y depredador, tan evidente, se hubieran levantado bajo la bandera de la revolución y derrocado al sistema. En cambio, tras los años de crecimiento (irreal) económico y ciertos derechos, esperamos alienados como borregos a que "pase la tormenta", sin caer en la cuenta de que los que mandan son los que fabrican los rayos, los truenos y el espectáculo de luces, mientras nosotros agonizamos, empapados y embarrados en el fango.

De hecho, la actual crisis económica, agravada por la desregulación financiera y la reducción del Estado y los servicios públicos, es culpa de las neoliberales teorías de la Escuela de Chicago. Estas teorías funestas, a la vista sus resultados, no hubieran podido aplicarse con la amenaza de la Revolución o con un movimiento sindical potente y contestatario. Primero, para que no hubiera esos dos factores, se ensayó en la dictadura chilena de Pinochet. Una vez redujeron a los chilenos a la pobreza y aumentaron los beneficios de las grandes empresas, decidieron exportarlo a su mundo anglosajón: Ronald Reagan en EEUU y Margaret Thatcher en Reino Unido.

Aquí no hizo falta insistir, Felipe González chantajeó al PSOE amenazando con dimitir para que renunciaran al marxismo, y una vez ganaron las elecciones, procedieron a privatizar empresas públicas. Aznar continuó de buen gusto la labor, vendiéndolas a precio de saldo a sus amigos empresarios, y poniendo las condiciones que hicieron posible la economía del ladrillo, ahora en ruinas. El "buenismo" de Zapatero no puso coto a estos desmanes, sino todo lo contrario: lo permitió, bajo impuestos a las rentas altas, y vendió aún más participaciones de empresas públicas.

Si queremos ver como funcionaría este sistema si se hubiera aplicado con más ahínco no hay más que ver el cortijo de Esperanza Aguirre, donde se sabotea la educación y sanidad públicas para poder privatizarlas, sin contar con los intentos de privatizar el agua del Canal de Isabel II.

Datos hay de sobra en estudios de Juan Torres López, Vicenç Navarro, ATTAC, o el reciente libro de "Reacciona", sobre todo en el artículo de Ignacio Escolar.

Hay un ejemplo muy claro de empresa pública con beneficios que es privatizada y consigue una "magnífica" gestión. Este ejemplo es "Viajes Marsans", privatizada, que acaba en manos de Gerardo Díaz Ferrán, nada menos que expresidente de la CEOE, el cual la lleva a la ruina. Ruina que sufren sus trabajadores despedidos, no él, claro.

Pero no nos van a dejar presentar nuestro proyecto de alternativa a este fatídico sistema económico, por ello hay que llevar a cabo antes otra tarea.


Propuesta: Combatir la alienación

Ahora, en la mayor crisis cíclica y sistémica del capitalismo, debemos cambiar los que son, a mi juicio, los dos grandes pilares de alienación: el sistema educativo y los medios de comunicación.

El sistema educativo proporciona un conocimiento inofensivo, desprovisto del "aguijón" del espíritu crítico, es decir, del pensamiento peligroso para el sistema.
Tenemos parecidos con el "crimen de pensamiento" y otras características de "1984" de Orwell.

Los medios de comunicación, por otro lado, sustituyen a la realidad y a la sociedad. Su visión de lo Real sustituye a la realidad misma, caemos en lo que un profesor mío llamaría "ensoñamiento colectivo". Pero no sólo eso, también sustituye a la sociedad misma mediante las encuestas (interesadas) y la llamada "opinión pública". De este modo, toda voz discrepante con el sistema es excluída, y por tanto, no existe para la sociedad. Se da entender que la "opinión pública", imagen mutilada de la sociedad, que aparece en los medios de comunicación es representativa de la verdadera sociedad.

Marx, antes de retirarse para emprender el titánico estudio de "El Capital", escribió en muchos diarios críticos, llamando a la revolución y denunciando las injusticias. Integró el mismo las dos posturas: desvelar la realidad del capitalismo en la prensa y emprender un estudio crítico, que no tiene cabida en la educación convencional.
Lenin comprendió muy bien la importancia de la prensa, y le dio mucho valor al diario "Pravda" y, sobre todo al final de su vida, dio cada vez mayor importancia, o así parece, a la investigación científica que pudiera repercutir en beneficio del proletariado.
Aunque el que quizás mayor valor le dio a los periodistas y a los intelectuales críticos ("intelectuales orgánicos", es decir, que pertenecen y se deben a la propia clase social explotada) fue Gramsci.
No hay revolución posible si el proletariado no es consciente de la propia explotación que sufre, o si lo ve como algo natural o pasajero. En eso consiste la grandeza de Marx, al brindarles esa consciencia a los explotados podríamos decir, parafraseándolo, que no sólo interpretó la realidad, sino que la transformó.
Ante la alienación, hay que enfrentar nuestro referente ideológico, y hacerlo visible para la población, si no, no existimos. A eso se refería Gramsci con que había que ganar la lucha cultural antes que la política.


La visibilidad es el gran reto que tiene la izquierda para convertirse en una alternativa potente al capitalismo, y no convertirse en un grito de protesta al que se encierra un rincón, esperando que muera de hambre y sed, privado de todo medio de expansión, comunicación o financiación, decreciendo lenta y dolorosamente hasta desaparecer.


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