lunes, 9 de marzo de 2015

Amor, aura y teatro.


Me pregunto si el concepto de "aura" de Benjamin, frente a la reproductibilidad técnica del arte, podría aplicarse al amor. Tanto frente al amor heteronormativo (una mala copia de los cánones que nos enseña la ideología dominante, como un grupo tributo mediocre) como frente a la presunta liberación sexual. El amor no tendría medida, no podemos establecer un formato, como hicieron al dar al CD-ROM la duración de la Novena Sinfonía de Beethoven. El amor puede ser lento, rápido, apasionado, tierno. Vender mil copias de la última canción de moda es tan vacío como los mil polvos de una noche, cuyo recuerdo se evapora aún más rápido que las modas musicales. El amor sería auténtico, con "aura", como el teatro. Tal vez nos parezca que, a veces, coincidan actores o el guión se desarrolle de formas muy similares, pero: cuando amamos, cuando contemplamos esa representación teatral, sabemos que estamos ante algo bello, único y fugaz que jamás podrá repetirse igual, y que ha sido hecho sólo por y para nosotros.


Cada beso es una obra de arte efímero.

Cada noche un encuentro,
sin un después ni por qué,
como la mirada vacía que refleja
un maniquí tras el escaparate.

Desmadejada cintura de plástico,
artificial como el abrazo
a quién no te besa donde
no alcanzan los labios.

El amor tiene un aura,
auténtico, resplandeciente,
es único como la obra de teatro:

puede haber muchos actores,
tal vez se repita el mismo guión,
pero eres vivamente consciente
que la representación contemplada
es efímera y tuya, jamás volverá a repetirse.

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