domingo, 30 de octubre de 2011

Utopía degenerada.

Mi imaginación está desbordando los diques de la costumbre y la dignidad. Mi corazón corre en pelotas por las calles, anuncia un nuevo día: tiros al aire, cuerpos al suelo, se oyen gritos, pero de placer. Una monja se desnuda y se baña en la fuente, mientras los feligreses le hacen fotos. Un político se retira, vuelve a su profesión anterior: el circo. Un empresario se tira de los pelos: no recuerda bajo que baldosa escondió el dinero negro y la farlopa.

Mientras, tiros en el aire, buenas nuevas. No hay fronteras: una orgía ha sustituido a los lados de las camas. El Mesías llega un poco desorientado y por unos cuantos panes y peces, unas Marías Magdalenas se arrodillan, pero no para rezar. El alcohol es bien de interés cultural, y se apedrea a las clínicas de vinoterapia, por mal uso del patrimonio. El llanto ya no es triste, es un exceso de drogas, y la risa es un estado habitual, verde y habitual. La ley de paridad exige un 50% de alcóholicos y drogadictos en las listas electorales (ahora solo llegan al 25%). Por ley, una mujer no puede salir a la calle con velo y sobria, o con boina y sobria, o con...y sobria. A los hombres se les exige un nivel de alcohol en sangre para poder votar.

Hay tiros en el aire, cuerpos en el suelo, las armas son del pueblo, el sexo es del pueblo, y los militares aguardan temerosos en casa, sin saber cómo desabrochar las enaguas de su señora. ¡Escuchad hermanos y hermanas, el mundo del desenfreno, donde el deseo es ley y el orgasmo obligación! Bienvenidos a la tierra de los desterrados por la moral. A la guarida de homosexuales, transexuales, sadomasoquistas, exhibicionistas, voyeurs, alcóholicos y pervertidos en general. El sexo no os hará libres, pero pasaréis un buen rato. Recemos juntos por el colocón de la noche, la erección de madrugada y el polvo del levantarse:

Padre nuestro que estás en los vasos,
santificadas sean tus drogas,
venga a nosotros el sexo,
no nos dejes caer en el aburrimiento,
háganse tus perversiones con hombres y mujeres de distinta orientación sexual.
Danos hoy nuestra fiesta de cada día,
perdona nuestros prejuicios y mojigatería,
así como nosotros perdonamos nuestras resacas.
No nos dejes caer en el heteropatriarcado
y líbranos de la abstinencia (sexual o alcóholica).
Amén.

Piernas y rosas rojas. Devaneos de mi mente.


Escribo solo mientras el trabajo sin hacer reposa en el escritorio, su silencioso reproche me recrimina mi pereza. Mañana será otro día, hoy no puedo pensar, me aturde la necesidad de una calada de tabaco y amor. Adicción de ese beso que no llegó y esa colilla que se consumió en el suelo, como una noche madrileña en la que la contaminación no deja ver las estrellas.

Toso, y pienso en cuántos años quedarán hasta que el vicio me mate, bendita juventud, toda muerte nos parece lejana, así pues, ¿dónde dejé las drogas? Las necesito para no ahogarme en esta realidad, que es como el abrazo de una gorda cadáver: asfixiante y pestilente. No te asustes, estos desvaríos son normales cuando la razón me abandona y me quedo cara a cara con los charcos donde ahogué mis sentimientos.

¿Qué quieres, amor? ¿Belleza? Si la tuviera, ya te habría conquistado. ¿Inteligencia? Si la tuviera ya serías mía. ¿Carisma? Estaríamos gimiendo, no hablando. ¿Qué puedo darte, si no tengo nada más que mis ideales? La pluma y el pergamino jamás les sirvieron de algo a los escritores sin suerte, como mucho para morir de tuberculosis, pero yo moriré de otras cosas, de los humos del tabaco que me ocultan tus ojos, azules, verdes, marrones, ojos. Fumo porque si los veo no puedo respirar, y si no respiro: muero. Así que me sale a cuenta.

¿Dónde estábamos? Ah, sí, mis ideales. Acércate y te los cuento al oído, vuela conmigo a mundos mejores, con cerveza y sin dinero, con castillos de brisa de mar, camas de terciopelo y amapolas que crezcan en altares en vez de en las cunetas. Y trece rosas rojas en mi puerta. Y sexo y desenfreno, que nadie dijo que la revolución fuera triste.

Ven, disfruta del fusil de mis versos, escuchemos canciones tristes sobre la arena que oculta un adoquín, te morderé los pezones y tú te dormirás en mi regazo. El tiempo pasará de largo, las horas son para quienes ganan dinero con ellas. Nuestros besos están fuera del tiempo, del espacio, en un lugar donde nada importa y todo somos tú y yo, el universo de repente sigue la teoría de abrazos, el teorema de la penetración y la potencia del orgasmo.

Somos volutas de humo en la noche, nos contorneamos en nuestra efímera existencia mientras el frío amenaza con disolvernos en la nada de un oscuro bar. Nos fumamos el uno al otro, adictos a la nicotina de nuestros cuerpos, ahítos de alcohol y besos buscamos placeres más fuertes, la noche nos ofrece refugio, siempre hay sitio para dos amantes descarriados.